Cuarto disco de los valencianos en su primer lustro de existencia editorial. La rabia está ahí, la mala leche también, y no faltan las llagas en busca de esos dedos que las revitalicen. Tres eran y son, generando el sonido inquietante y rotundo que revuelve sin esfuerzo las entrañas.
Qué: Disco (edita Bcore)
Cinco años, cuatro discos, casi cuatrocientos conciertos. Betunizer huele a peligro. En directo pone en centrifugado los ojos y las tripas del respetable: mejora la circulación de la sangre, y también la de las ideas. En los discos comprime la rabia y la tensión en canciones brutales, que se va abriendo en stopmotion, como los cadáveres del cine gore: poco a poco, estrofa a estrofa, emergen las vísceras palpitantes, que evidencian el poder desestabilizador de unas cuantas notas bien puestas en el inconsciente colectivo. A veces, ni siquiera hay notas: Argumento deleznable, por ejemplo, es un minuto de voces y ruidos cíclicos en secuencia, sin música ni soflama alguna, más allá de la inquietante conexión entre el trote cochinero y burbujeante (con descarga final) de Pantalón blanco ajustado y la tralla de La caza del vacilante. El tema de apertura, Camilo José Shellac, es de premio Nobel: el argumento para el galardón es la admirable coherencia entre cáscara y semilla, título y sonido, literatura y ruidismo, torrente semántico y latigazo espiritual, percebe gallego novelista con naranjas sanguinas valencianas. Steve Albini, por alusiones, daría su bendición a un hermanamiento entre Shellac y Betunizer: no hay que olvidar, además, que los levantinos fueron la banda de apoyo del divino orate Daniel Johnston en la Península Ibérica. Si les gusta el fútbol y quieren adentrarse en el universo Betunizer, agarren la coctelera: el «pique, toque, defina» de Menotti con el «pisalo» de Bilardo, la mala leche de Nobby Stiles, la sonrisa con diente de oro de Vinny Jones, el pie derecho de Juan Román Riquelme, los penales del Loco Abreu y la contundencia del Matador Kempes.