Dentro del mundo pop, aún quedan bastiones de fuerza inmarchitable. Josele Santiago es una de estas fabulosas taras. Y ha vuelto con el escopetón de la inspiración cargado de una docena de razones para dejarnos fusilar.
Tras su oportuno retorno al frente de Los Enemigos, Josele Santiago retoma el cauce en solitario, y lo hace con una obra que huele a clásico desde la primera toma de contacto. Será por la aportación de Raül Refree o por la banda echa a la medida de este gran ajuar rock, lo cierto es que nunca antes había sonado tan matizado y sabio en sus pasos.
Esta suma de factores externos le da alas a un Josele que, haciendo de la paciencia una virtud, despliega cortes del calado emocional de Un guardia civil o filigranas como Saeta, más propia de unos Lagartija Nick en clave minimalista.
Blues de madera noble, folk otoñal, rock templado en barra de bar, da igual la bifurcación: entre charco y charco, Josele pisotea con palabras amartilladas con garbo. Sabiduría del que ha vivido varias vidas, y ha aprehendido las lecciones oportunas de cada una de ellas.
De su visión apesadumbrada, el cerebro enemigo se revuelve con soltura a través de cortes con la puntería de Prestao y Ángel, poesía con aureola temporal que sirve para reflejar las llagas en carne viva de nuestro tétrico día a día. Transilvania se titula el disco, tierra de la que Josele se postula como nuestro vampiro de dioptría feliz.