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viernes 29 de marzo de 2024
Jorge Drexler

Salvavidas de hielo

Jorge Drexler

De nuevo emerge el candombe, la deriva carioca, los guiños a la consonancia entre sutiles asonancias (o al revés), la vocecilla cómplice, el resabio, los juegos, las declaraciones de amor. Jorge Drexler vuelve como Jorge Drexler en estado puro, doblegando de modo sublime a los buscadores de evoluciones.

Qué: Disco (edita Warner)

Veintidós diciembres pasaron desde que el médico Jorge Drexler abandonó Montevideo para desentrañar los misterios de la ciudad más abrazable y huraña del mundo, esa Madrid que ya le pertenece. En Madrid contó con el apoyo de Sabina y las décimas de Chicho Sánchez Ferlosio; allá desarrolló su habilidad como calzador de versos, aunque ya había probado antes la efectividad de una capa de seda sobre el acero a la hora de mimar el talón de cualquier Aquiles.

Con Drexler descubrieron muchos españoles lo que era el candombe (¿candonqué?) y con Drexler se trazó una línea transoceánica hasta el Brasil de la bossa que él lleva en su ADN. Drexler llegó, vio y venció, bebió flamenco y chinchón en las tabernas, escribió Mi guitarra y vos, se enamoró de la luna sobre el templo de Debod y, poco después, de Leonor.

Decidió gravitar sobre su esencia, tallada con mimo, para facturar discos sin riesgo académico aparente. Ya, bueno. Óiganse ahora Asilo, con Mon Laferte a la vera del uruguayo en un dúo que asusta por su perfección, dos voces empastadas hasta el infinito. Y Abracadabra, con Julieta, la mexicana del norte viajando muy al sur en abrazo trenzado con su compadre; paladeen la homónima del disco al cierre, con la hechicera Lafourcade mostrando que un día se osmotizó con las grandes damas de la canción latina.

El vate en solitario desmelena las canas en otras canciones redondas: la brillantísima y juguetona Silencio, la tierna y patagónica Despedir a los glaciares, el guiño coral a las sentencias y la contracultura que es Telefonía. Grande, Drexler, que abre el corazón con naturalidad y lo envuelve dulcemente de sorna cuando quiere meter el dedo en la llaga. No nos engaña, no, pero le dejaremos que lo intente; es demasiado bueno el ilusionista para quitarle la ilusión.

Jorge Drexler El salvavidas de hielo

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