A su ritmo, sin prisa pero sin pausa, Familia Caamagno ya llevaba avisando con sus diferentes EPs que lo suyo no se podía encuadrar, sin más, dentro de las camadas revivalistas. La prueba, el vigoroso Había que intentalo.
Qué: Disco (independiente)
Lo primero que aturde al adentrarse en el primer LP oficial de Familia Caamagno es una pauta rigurosa: no hay canción de estas nueve que no rasque la pelusilla de la emoción. Será por la dicción temblorosa de Manuele Caamagno o por los punteos afilados de Jess Caamagno. Lo cierto es que, en todo momento, escapa del ejercicio de estilo tan habitual que se da por los lares del revisionismo rock. En vez de eso, la banda ha desarrollado materia prima de esencia lírica galaica, que no colisiona con los engranajes anglosajones de sus relieves power pop y garage rock. Pop de cinco tenedores rebozado en filloas y letras hundidas entre el orballo del lunes y la salida del fin de semana.
Como si La Granja se hubiera mimetizado en los Easybeats, o como si Big Star se hubiera encerrado en un hórreo con los discos de Phil Spector, Familia Caamagno no reivindica sonidos pasados, sino que los ahuyenta desde su propia idiosincrasia tabernaria de serrín. Geografía emocional de una vampirización sónica que alcanza el summum en disparos a quemarropa como Un día espectacular, Canción moderna de Oriente, Proceso soberanista y la festa rachada de Cocogualla. En definitiva, otra prueba (más que) indiscutible de que en Galicia están pasando cosas. Muchas y ricas.