El pasado año, Yana Zafiro, la dulce terrorista pop de orígenes ucranianos, nos dejó con los dientes largos por medio de unos singles que prometían resultados sobresalientes, aunque nunca el torrencial caos sónico orquestado en su flamante primer álbum.
Qué: Disco (Mont Ventoux)
Y es que lo que encierra este Lucero del alba es todo un concepto en sí mismo de pop ultra orgánico, donde caben tonos orientales como en Hola tío! o bases pre-trap, tal que en Cáliz de sangre. Lo que no cambia nunca es la fuerza atronadora desprendida por engranajes instrumentales urdidos por medio de una paleta policromática witch-house, tal que en en el estribillo de Xti, y toda clase de elementos digitales surgidos de una decidida percepción deconstructiva del hit pop: ya sea desde la atmósfera onírica, tan tecno dream pop, como en Quiero un castillo, o en toda clase de retazos industriales insertados a lo largo de esta decena de canciones invocadas desde una clara ambición de revolver el ático del subconsciente.
Porque lo que esta artista de autónoma condición creativa llamada Yana Zafiro busca en todo momento es desplegar una voz única, tan capaz de describir la alienación veinteañera de nuestros días como de clavar los colmillos en los códigos de conducta contra el entorno hostil de toda postadolescente que le haya tocado vivir nuestros días. Y lo hace con estridencia en el reggeaton tóxico de Días, pero también por medio del bublegum pop de Nintendo minimal en TLP, máxima expresión de su capacidad descriptiva, como cuando integra en la subida del estribillo reacciones de vómito en el baño por amor.
No hay tregua en este trabajo de duración corta, precisa y rebuscadamente caótica de pop pleno de rebordes puntiagudos, tan dulces como agresivos y dolorosos. Sin duda, mapa emocional de toda una generación, sublimado en su hermosa oda amorosa al Lorazepam.
