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viernes 26 de abril de 2024
Jorge Drexler
Foto: Anton Goiri

Tinta y tiempo

Jorge Drexler

El uruguayo Jorge Drexler lo ha vuelto a hacer. Se demoró un lustro completo en dar continuidad a su producción en largo tras Salvavidas de hielo, pero la espera valió la pena. Como siempre. Esta vez adorna la placa con gotitas ilustres (Tangana le devuelve la colaboración de El Madrileño) y se asoman Rubén Blades, Buscaglia y la israelí Noga Erez.

Qué: Disco (Sony Music)

¡Qué peligroso es acostumbrarse a lo muy bueno! Terrible. Drexler halló hace tres décadas la fórmula de la trascendencia y desde entonces la viene agitando con acierto, cambiando el sentido de la sacudida con naturalidad para que los corazones oyentes den sus saltitos inesperados, pero sonando a él, no hay razón para sonar a otro.

El puntito brazuca sigue ahí, también la consonancia en los versos, las métricas retadoras, el soniquete del niño bueno que dice «yo no fui» y el matiz pícaro del «bueno, quizá sí». Un tipo que nació viejo y, por tanto, será eternamente joven. En esta placa demandante de necesidades básicas, que aspira a emborronar sin prisa ni pausa las páginas en blanco que tiene delante el poeta y su audiencia, Drexler sigue experimentando de a poquito sobre sus lares, en diez canciones (Sabina, qué le hiciste a este hombre con las décimas y los dieces) que Francescoli aprobaría con gusto. Hasta El Diego, qué demonios, que no solo de Rodrigo vivió el rey.

Con Plan maestro se abre el telón. La Orquesta de la Comunidad de Madrid, con Fernando Vázquez al frente, hace su primer aporte a la onda bohemio-burguesa que presidirá el disco, más allá de la nutritiva disparidad de estilo.

El aporte de Blades un poquito más allá de la mitad es, también como siempre, una buena noticia. Sigue Corazón impar, oda en up tempo a las cosas de amor que viene y va; Cinturón blanco, adelanto del pasado mes, precede a Tocarte, adelanto y calentón del pasado otoño, pieza en la que C. Tangana se marca un fraseo breve para aderezar el ritmito endiablado que la preside.

La homónima del álbum, Tinta y tiempo, tira de baguala y mecha detalles de soleá. La baguala, aviso para navegantes perdidos, es un género arraigado en el noroeste de la Argentina, en la zona de Salta; no se baila, es prehispánico y suele articularse en un ritmo ternario, con abundancia de octosílabos. Una rara belleza. En cuanto a ¡Oh, algoritmo! y la presencia de la sorprendente Noga Erez, solo cabe alegrarse de haberla conocido.

De ahí al final brilla Bendito desconcierto, canción de hermandad «uru» con el bueno de Buscaglia, con versos redondos y desnudos como el que sigue: «Y aunque el camino sea igual, siempre es nuevo el desconcierto». Es fabuloso cuando Drexler y sus amigos se ponen fabuladores; esas canciones limpian el alma y transportan a una suerte de infancia feliz, un recuerdo si la tuviste o un anhelo si te la robaron las cosas de la vida.

El cierre, con Duermevela, podría ser también una nana, pero se trata en realidad de un recuerdo a su madre, que ya no está. Por ahí pasan además Pablo Drexler, hijo (y coproductor) más las voces de los preadolescentes de la casa, Luca y Lea. Le luce el lazo a este Tinta y tiempo llamado a no desteñir jamás.

Jorge Drexler Tinta y tiempo

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