El discurso de la artista donostiarra se sale de todas las pautas cantautoriles. Desubica, enerva, cautiva; se abre en canal y modula con llave inglesa una voz tan trémula como certera a la hora de documentar los sentimientos.
Qué: Disco (independiente)
Julia-Cristina es una artista inusual. Así, en la acepción más amplia del término, como su compueblano Rafael Berrio, con quien ha colaborado creativamente. El primer disco de la donostiarra funge de hito kilométrico en una carrera muy diversa, jalonada por muestras de un talento multidisciplinar: deporte, música, actuación, videoarte, escritura… un cúmulo heterogéneo de materia prima, que aquí vuelca en un canto coral al amor, desde el lado oscuro (ya saben, la Luna y el mar de la Tranquilidad, las dependencias malsanas y el café torrefacto) hasta el goce cómplice que emana de las cosas pequeñas, descubiertas y/o valoradas al mismo tiempo. Julia-Cristina le canta a las equivocaciones, al tuya-mía de la caída y el brinco; se expresa en clave trémula, como si no quisiera desperdiciar en alardes un solo aliento escapado de sus pulmones, porque no hace falta trémolo para poner el acento en un verso, ni siquiera en un destello. El disco compila once inusuales odas al destinismo, sin que se vea una clara intención de alterar los designios de la diosa Fortuna; lo que venga, amado será, con taras incluidas.