(Interdisc, 1984)
Un autor en estado de gracia junto a una gran banda que descarta los artilugios tecnológicos y expone una versión cruda de pop-rock cargado de desesperación y urgencia. Pero más allá de los niveles de intensidad, ironía y lirismo, todo Piano bar esconde un romanticismo sombrío y casi siempre al filo del abismo. Incomprendidas en su momento, las canciones de este álbum genial permanecen como instantes sagrados de Charly García, un artista que por aquellos días inauguraba su permanencia en un espacio único y casi siempre en llamas.
CHARLY GARCÍA: el genio que lo dio todo
Fue el alma de Sui Generis, el dúo adolescente que acercó el rock a las masas a mediados de los 70. Fundó La Máquina de Hacer Pájaros, rock progresivo y críptico en reacción a la censura de la dictadura militar. Y luego llegó Seru Giran, su gran proyecto colectivo. Pero que nadie lo dude: fue en los dorados años 80 cuando se vio al mejor Charly García, el que sorprendió a todos con su debut en solitario –el apocalíptico, desolado y brillante Yendo de la cama al living, de 1982– y que volvió a romper el molde con Clics modernos, obra maestra grabada en Nueva York con la que García actualizó su sonido y sus horizontes líricos. Después de Piano bar llegó Tango –junto a Pedro Aznar– y, finalmente, su último gran acto de lucidez, Parte de la religión (1987). Los 90 fueron testigos del concepto «Say No More», una ley personal no escrita que agrupó sus escasos discos y justificó sus actos: algo así como vivir dentro del arte. Desde entonces fueron más chispas que destellos. Hasta comienzos de 2017, cuando después de diez años de silencio discográfico, sorprendió a propios y extraños con Random, un disco que contiene canciones a la altura de las mejores de su repertorio. Un grande.
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